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Lo mismo sucedió en el Calvario: Dios estaba obrando. Después de su último aliento en la cruz, «la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros» (Mateo 27:51-52). Aunque algunos habían negado a Jesús, un centurión llegó a una conclusión diferente: «El centurión, y los que estaban con él […], visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (v. 54).
Con la muerte de Jesús, Dios obraba ofreciendo perdón de pecado para todos los que creen en Él: «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Corintios 5:19). Nada mejor que perdonar a otros para demostrar que Dios nos perdonó. Arthur - Pan Diario
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