Condición espiritual

Tomás es habitué del gimnasio, y es evidente. Tiene hombros anchos, músculos voluminosos y brazos casi del tamaño de mis muslos. Su estado físico me llevó a entablar una conversación espiritual con él. Le pregunté si su estado físico reflejaba de algún modo una relación saludable con Dios. Aunque no profundizó mucho, reconoció que tenía «a Dios en su vida». Hablamos lo suficiente como para que me mostrara una foto de él con unos 180 kilos de peso, fuera de forma y mala salud. Un cambio en su estilo de vida había obrado maravillas físicamente.
En 1 Timoteo 4:6-10, se hace foco en un entrenamiento físico y espiritual: «Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera» (vv. 7-8). La condición exterior no cambia nuestra situación con Dios. La condición espiritual es una cuestión del corazón. Comienza con la decisión de creer en Jesús para recibir el perdón. A partir de allí, comienza la ejercitación para una vida piadosa, la cual incluye ser «nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina» (v. 6), y, con la fuerza que viene de Dios, vivir una vida que honre a nuestro Padre celestial. Arthur Jackson - Pan Diario

Entregar ayuda

Cuando Elena tuvo que ir a entregar la vianda en la casa de Tim, él le pidió que lo ayudara a desatar el nudo del paquete. Años antes, Tim había sufrido un ACV y no podía hacerlo solo. Elena lo ayudó con agrado. Durante el resto del día, pensó en él con frecuencia, y eso la impulsó a armarle un paquete adecuado para su condición. Más tarde, cuando Tim encontró el chocolate caliente y una manta roja con una nota de aliento que ella había dejado a su puerta, lo hizo llorar.
La acción de Elena se volvió mucho más significativa de lo que ella había anticipado. Lo mismo sucedió cuando Isaí envió a su joven hijo David a llevar comida a sus hermanos, mientras los israelitas «se pusieron en orden de batalla contra los filisteos» (1 Samuel 17:2). Cuando David llegó, se enteró de que Goliat estaba atemorizando al pueblo de Dios con sus burlas diarias (vv. 8-10, 16, 24). David se indignó ante el desafío de Goliat «a los escuadrones del Dios viviente» (v. 26) y le dijo al rey Saúl: «No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo» (v. 32).
A veces, Dios usa nuestras circunstancias diarias para ponernos en lugares donde quiere utilizarnos. Mantengamos los ojos (¡y el corazón!) abiertos para ver dónde y cómo podemos servir a alguien. Kirsten Holmberg - Pan Diario

Persistir en la oración

Mila, una asistente de cocina, se sintió incapaz de defenderse cuando su supervisora la acusó de robar pan de pasas. La acusación infundada y la deducción en el salario fueron solo dos de muchos actos equivocados de su jefa. «Dios, por favor, ayúdame —oraba Mila todos los días—. Es tan difícil trabajar con ella, pero necesito este trabajo».
Jesús relata sobre una viuda que también se sentía desesperada y buscó que se hiciera «justicia de [su] adversario» (Lucas 18:3). Recurrió a un juez para que resolviera el caso. A pesar de saber que el juez era injusto, insistió en abordarlo.
La respuesta final del juez (vv. 4-5) difiere por completo de la de nuestro Padre celestial, quien responde enseguida con amor y ayuda (v. 7). Si la insistencia pudo hacer que un juez injusto tomara ese caso, ¡cuánto más hará por nosotros Dios, que es el Juez justo (vv. 7-8)! Podemos confiar en que Él «[haga] justicia a sus escogidos» (v. 7); y ser persistentes es una manera de mostrar que confiamos en que Dios responderá con sabiduría perfecta ante nuestra situación.
Al final, la supervisora de Mila renunció después de que otros empleados se quejaron de su comportamiento. Mientras caminamos obedientes a Dios, persistamos en la oración, sabiendo que el poder de nuestras oraciones radica en Aquel que oye y nos ayuda. Karen Huang - Pan Diario

Un puñado de arroz

El estado de Mizoram, en el noreste de India, está saliendo lentamente de la pobreza. A pesar de su falta de ingresos, desde que el evangelio llegó a esa zona, los creyentes en Jesús practican una tradición llamada «puñado de arroz». Antes de cocinar el arroz, apartan cada día un puñado y lo dan a la iglesia. Esas iglesias, pobres para los estándares mundiales, han ofrendado millones a las misiones y enviado misioneros al mundo entero. Muchos, allí donde nacieron, han conocido a Cristo.
En 2 Corintios 8, Pablo describe a una iglesia con una actitud similar. Los creyentes macedonios eran pobres, pero eso nos les impidió dar con alegría y en abundancia (vv. 1-2). Lo consideraban un privilegio y daban «aun más allá de sus fuerzas» (v. 3), para colaborar con Pablo. Entendían que eran simples administradores de los recursos de Dios. Al dar, mostraban su confianza en Aquel que suple todas las necesidades.
Pablo usó el ejemplo de los macedonios para alentar a los corintios a abordar del mismo modo las ofrendas. Los corintios sobresalían «en todo […], en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en […] amor». Ahora, tenían que «sobresalir en esta gracia de dar» (v. 7 nvi). Nosotros también podemos reflejar la generosidad de nuestro Padre y dar generosamente de lo que tenemos. Matt Lucas - Pan Diario

Amar a nuestro enemigo

Durante la Segunda Guerra Mundial, el médico de la Marina de los Estados Unidos Lynne Weston desembarcó con los soldados para atacar y recuperar una isla tomada por el enemigo. Ante los inevitables heridos, hizo todo lo posible para curar a los combatientes para evacuarlos. Una vez, su unidad encontró a un soldado enemigo con una grave herida abdominal que impedía que pudieran darle agua. Para mantenerlo vivo, Weston le administró plasma intravenoso.
«¡Marinerucho, guarda el plasma para los nuestros!», gritó uno de los soldados. Weston lo ignoró. Sabía lo que haría Jesús: amar a los enemigos (Mateo 5:44).
Jesús hizo más que decir palabras desafiantes; las vivió. Cuando una multitud hostil lo llevó ante el sumo sacerdote, «los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban» (Lucas 22:63). El abuso siguió durante sus juicios injustos y su ejecución. Jesús no solo lo soportó. Cuando los soldados romanos lo crucificaron, oró para que fueran perdonados (23:34). Tal vez no nos encontremos con un enemigo literal que trate de matarnos, pero todos sabemos cómo se siente que se burlen de nosotros. Nuestra reacción natural es el enojo, pero Jesús elevó la vara: «orad por los que […] os persiguen» (Mateo 5:44). Mostremos esa clase de amor… aun a nuestros enemigos. Tim Gustafson - Pan Diario