A la mesa del Rey

«Va a vivir —dijo el veterinario—, pero hay que amputarle la pierna». Al perro callejero que llevó mi amiga lo había atropellado un auto. El veterinario le preguntó si era la dueña, porque el precio de la cirugía sería elevado y el animal necesitaría cuidados para recuperarse. «Ahora lo soy», contestó. Su bondad le dio a ese perro un futuro en un hogar amoroso.
Mefi-boset se veía como un «perro muerto», indigno de ningún favor (2 Samuel 9:8). Lisiado de ambos pies por un accidente, dependía del cuidado y la provisión de otros (ver 4:4). Además, después de la muerte de su abuelo, el rey Saúl, probablemente temía que David, el nuevo rey, ordenara que mataran a todos los enemigos y rivales al trono, como era habitual en aquella época.
Sin embargo, por amor a su amigo Jonatán, David se aseguró de que su hijo Mefi-boset estuviera siempre seguro y cuidado como un hijo propio (9:7). Asimismo, nosotros, que antes éramos enemigos de Dios y señalados para morir, fuimos salvos por Cristo y se nos ha dado un lugar en el cielo para siempre y en la mesa en el reino de Dios (Lucas 14:15). Aquí estamos: ¡hijos e hijas del Rey! ¡Qué bondad tan inmerecida y extraordinaria hemos recibido! Acerquémonos a Dios con gratitud y gozo. Karen Kwek - Pan Diario

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