Derrumbado interiormente

Cuando yo era adolescente, mi mamá pintó un mural en la pared de nuestra sala de estar, que permaneció allí varios años. Era un antiguo templo griego en ruinas con columnas blancas en los costados, una fuente desmoronada y una estatua quebrada. Cuando miraba la estructura helénica que previamente había sido tan bella, trataba de imaginar qué la había destruido. Era curiosa, especialmente cuando empecé a estudiar sobre la tragedia de grandes civilizaciones que se habían deteriorado y derrumbado desde su interior.
La depravación y el desenfreno que vemos hoy a nuestro alrededor pueden ser perturbadores. Es natural intentar atribuirlo a personas y naciones que han rechazado a Dios, pero ¿no deberíamos también echar una mirada a nuestro interior? Las Escrituras nos advierten que somos hipócritas cuando llamamos a otros a dejar sus caminos pecaminosos, sin observar más profundamente nuestro corazón (Mateo 7:1-5).
El Salmo 32 nos desafía a ver nuestro pecado y confesarlo. Solo cuando reconocemos y confesamos nuestro propio pecado podemos experimentar la libertad de la culpabilidad y el gozo del arrepentimiento verdadero (vv. 1-5). Y al regocijarnos en saber del perdón completo de Dios, podemos compartirles esa esperanza a otros que están luchando con el pecado. Cindy Kasper - Pan Diario

Cuándo sacrificarse

Cuando la crisis de COVID-19 recién comenzaba, la preocupación de una periodista me sacudió. Se preguntaba si estaríamos dispuestos a aislarnos y cambiar nuestros hábitos de trabajo, viajes y compras para que otros no se enfermaran. «No se trata solo de recursos clínicos —escribió—, sino de nuestra disposición a sacrificarnos por otros». De repente, la necesidad de virtudes fue noticia de primera plana.
Puede ser difícil considerar las necesidades de otros mientras estamos ansiosos por las nuestras. Felizmente, hacerlo no solo depende de nuestra fuerza de voluntad, sino que podemos dejar que el Espíritu Santo que nos dé amor para reemplazar nuestra indiferencia, gozo para contrarrestar la tristeza, paz para sustituir nuestra ansiedad, paciencia para frenar nuestra impulsividad, benignidad para ocuparnos de los demás, bondad para suplir sus necesidades, fidelidad para cumplir nuestras promesas, mansedumbre en lugar de hostilidad y dominio propio para superar nuestro egocentrismo (Gálatas 5:22-23 LBLA).
El escritor Richard Foster describió la santidad como la habilidad de hacer lo que se necesita cuando necesita ser hecho. Y tal santidad se necesita todos los días, no solo en una pandemia. ¿Somos capaces de sacrificarnos por los demás? Sheridan Voysey - Pan Diario

Un tiempo para hablar

Durante 30 años, una mujer afroamericana trabajó para un gran ministerio global. Sin embargo, cuando procuraba hablar con sus colegas sobre la injusticia racial, nadie decía nada. Por fin, en 2020, cuando los debates sobre el racismo se extendieron por el mundo, sus amigos del ministerio «comenzaron a hablar abiertamente». Con sentimientos encontrados, estaba agradecida de que comenzaran los debates, pero se preguntaba por qué les había llevado tanto tiempo a sus colegas hablar.
A veces, el silencio puede ser una virtud, como escribió Salomón en Eclesiastés: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. […] tiempo de callar, y tiempo de hablar» (3:1, 7). Pero ante la intolerancia y la injusticia, el silencio solo daña y perjudica. El pastor luterano Martin Niemoeller (encarcelado en la Alemania nazi por decir lo que pensaba) confesó en un poema que escribió después de la guerra: «Primero vinieron por los comunistas, pero no dije nada porque yo no lo era. Después, vinieron por» judíos, católicos y otros, «pero no dije nada». Finalmente, «vinieron por mí… y ya no quedaba nadie para decirle lo que pensaba».
Se requiere valentía para hablar contra la injusticia. Pero con la ayuda de Dios, sabemos que ahora es el momento de hacerlo. Patricia Raybon - Pan Diario

Discernimiento de parte del Espíritu


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Mientras el soldado francés cavaba en la arena del desierto, reforzando las defensas del campamento de su ejército, no tenía idea de que haría un descubrimiento trascendental. Al mover otra palada de arena, vio una piedra… pero no era cualquier piedra, era la piedra de Rosetta, que contenía leyes y gestiones del rey Ptolomeo V, escritas en tres idiomas. Esa piedra (ahora en el Museo Británico) sería uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo xix, que ayudaría a revelar los misterios de los antiguos jeroglíficos egipcios.
Para muchos de nosotros, gran parte de la Escritura también está envuelta en un profundo misterio. Pero la noche antes de la cruz, Jesús prometió a sus seguidores que enviaría al Espíritu Santo, diciendo: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Juan 16:13). En cierto sentido, el Espíritu Santo es nuestra piedra de Rosetta divina, que arroja luz sobre la verdad; incluidas las verdades detrás de los misterios de la Biblia.
Aunque no se nos promete que entenderemos todo lo que dicen las Escrituras, podemos confiar en que, por el Espíritu, comprenderemos todo lo necesario para seguir a Cristo. Bill Crowder - Pan Diario

Vivir bien

Funerales gratis para vivos. Esto ofrece un establecimiento en Corea del Sur. Desde que abrió, en 2012, más de 25.000 personas han participado en masivos «funerales de personas vivas», con la esperanza de mejorar su vida al considerar su muerte. Los oficiantes dicen: «El propósito de las ceremonias de muertes simuladas es dar a los participantes un verdadero sentido de la vida, inspirar gratitud, y ayudar a perdonar y reconectarse con familiares y amigos».
Estas palabras evocan la sabiduría expresada por el escritor de Eclesiastés: «[la casa del luto] es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón» (Eclesiastés 7:2). La muerte nos recuerda la brevedad de la vida, y que solo tenemos cierta cantidad de tiempo para vivir y amar bien. Nos da más libertad para disfrutar aquí y ahora de las cosas buenas que Dios nos brinda —como el dinero, los afectos y los placeres—, mientras almacenamos «tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan» (Mateo 6:20). Recordar que la muerte puede golpear a la puerta en cualquier momento quizá nos incentive a no posponer visitar a nuestros padres, decidir servir a Dios u ocuparnos más de nuestros hijos que del trabajo. Con la ayuda de Dios, podemos aprender a vivir sabiamente. Poh Fang Chia - Pan Diario