Él nos acogerá

Mi vieja perra está sentada a mi lado, mirando el infinito. ¡Cuánto daría por saber en qué piensa! Una cosa sí sé: no está pensando en que se va a morir, porque los perros no «entienden»; no piensan en el futuro. Pero nosotros sí. Independientemente de la edad, la salud o la riqueza, en algún momento pensamos en la muerte. Y esto se debe a que, a diferencia de los animales, tenemos entendimiento (Salmo 49:20). Sabemos que vamos a morir y no podemos hacer nada para evitarlo: «Ninguno […] podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate» (v. 7). Nadie tiene suficiente dinero para pagar ser exento de la tumba.
Pero hay una manera de evitar lo irreversible de la muerte: «Dios redimirá mi vida del poder del Seol» —insiste el salmista—. «Porque él me tomará consigo» (v. 15; lit. «Él me acogerá»). Robert Frost dijo: «Hogar es el lugar donde, cuando debes ir ahí, tienen que acogerte». Dios nos redimió de la muerte por medio de su Hijo, «el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:6). Por eso, Jesús prometió que, cuando nos llegue el momento, nos recibirá y acogerá (Juan 14:3). Cuando me llegue la hora, Jesús, quien pagó a Dios el precio de mi vida, me dará la bienvenida con brazos abiertos a la casa de su Padre. David Hoper - Pan Diario

Aguas abundantes

En Australia, un informe describió «una historia nefasta» de sequía extrema, calor y fuego. El relato pronosticaba un año horrendo con apenas unas lluvias minúsculas que convertirían los arbustos secos en leña. Incendios voraces abrasaron los campos; peces murieron; cosechas desaparecieron. Todo porque carecieron de un simple recurso que solemos dar por sentado: agua, la cual todos necesitamos para vivir.
Israel también se enfrentó con un dilema aterrador. Mientras acampaba en el desierto, aparece esta frase alarmante: «no había agua para que el pueblo bebiese» (Éxodo 17:1). Tenían miedo y la garganta seca. La arena hervía. Los niños estaban sedientos. Aterrorizado, «altercó el pueblo con Moisés,», exigiendo agua (v. 2). Pero lo único que podía hacer Moisés era acudir a Dios por ayuda. Y Dios, extrañamente, le indicó: «toma […] tu vara con que golpeaste el río, […] y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo» (vv. 5-6). Y Moisés lo hizo, y brotó abundante agua, suficiente para el pueblo y su ganado. Ese día, los israelitas entendieron que Dios los amaba. Si estás experimentando un período de sequía en tu vida, ten la certeza de que Dios lo sabe, está contigo y te dará lo que necesites. Encuentra esperanza en sus aguas abundantes. Winn Collier - Pan Diario

Visión renovada

Después de una cirugía menor en mi ojo izquierdo, el doctor recomendó hacerme un examen de la visión. Confiadamente, me tapé un ojo y pude leer todo bien, pero al cubrir el otro, me sorprendí… ¿cómo no me di cuenta de que estaba tan ciega?
Esa experiencia de renovar las gafas me hizo pensar en la miopía espiritual que suelen causar las pruebas diarias. Al enfocarme solo en lo cercano —mi dolor y las circunstancias cambiantes—, perdí de vista la fidelidad de mi Dios eterno e inmutable. Esa limitada perspectiva desdibujaba la esperanza.
En 1 Samuel 1, leemos sobre una mujer que no reconoció la fiabilidad de Dios por estar enfocada en su angustia, incertidumbre y pérdida. Durante años, Ana había soportado ser estéril y atormentada por Penina, la otra mujer de su esposo Elcana. Aunque él la adoraba, Ana seguía insatisfecha, hasta que un día, oró con amarga sinceridad. El sacerdote Elí le preguntó qué sucedía y ella le explicó. Cuando Ana se fue, Elí le pidió a Dios que le concediera su petición (v. 17). Aunque la situación no cambió de inmediato, ella se fue tranquila y confiada (v. 18).
Su oración en 1 Samuel 2:1-2 revela cómo cambió su enfoque, lo cual renovó su visión, su perspectiva y su actitud, y se regocijó en la presencia de Dios, su Roca y esperanza eterna. Xochitl Dixon - Pan Diario

Escuchar el consejo sabio

Durante la Guerra Civil Estadounidense, el presidente Abraham Lincoln, queriendo complacer a un político, emitió una orden respecto al ejército que el secretario de guerra Edwin Stanton rehusó llevar a cabo. Dijo que el presidente era un tonto. Cuando le comentaron a Lincoln, este respondió: «Si Stanton dijo que soy un tonto, debe ser cierto porque casi siempre tiene razón. Veré si es cierto». Cuando hablaron, el presidente se dio cuenta enseguida de que su decisión era un grave error, y la retiró de inmediato. Lincoln demostró sabiduría al no empecinarse; consideró el consejo y cambió de idea.
¿Alguna vez te has encontrado con alguien que sencillamente no escucha un buen consejo (ver 1 Reyes 12:1-11)? Puede resultar exasperante, ¿no? O, incluso siendo más personal, ¿alguna vez tú te negaste a escuchar? Como dice Proverbios 12:15: «El camino del necio es derecho en su opinión; mas el que obedece al consejo es sabio». Tal vez los demás no siempre tengan razón, ¡pero lo mismo ocurre con nosotros! Sabiendo que todos cometemos errores, solo los necios suponen que ellos son la excepción. Ejercitemos la sabiduría piadosa y escuchemos el consejo sabio de otros… aunque inicialmente disintamos. A veces, así es como Dios obra para nuestro beneficio (v. 2). Pan Diario

Un canto sobre nosotros

Un padre joven sostenía a su hijito en sus brazos, cantándole y meciéndolo suavemente. El bebé tenía problemas de audición, no podía oír la melodía ni las palabras, pero el padre igual le cantaba, en un tierno acto de amor hacia su hijo. Y sus esfuerzos eran recompensados con una preciosa sonrisa del pequeño.
Esta imagen se asemeja sorprendentemente a las palabras de Sofonías, quien dice que Dios se regocija con cánticos sobre su hija, la nación de Israel (Sofonías 3:17). A Dios le encanta beneficiar a su amado pueblo, deteniendo el castigo y alejando a sus enemigos (v. 15). El profeta dice que ya no habrá razón para temer, sino que tendrán motivo para regocijarse.
A nosotros, hijos de Dios redimidos por la sangre derramada de Jesucristo, a veces nos cuesta oír; no podemos o quizá no estamos dispuestos a afinar nuestro oído para escuchar el abundante amor con que Dios se regocija sobre nosotros. Su cántico es como el de aquel joven padre que le cantaba a su hijo a pesar de que no podía oírlo. Dios quitó nuestro castigo y nos dio así más razones para alegrarnos. Tal vez deberíamos tratar de escuchar más atentamente el cántico gozoso en su voz, y apreciar su amorosa melodía y disfrutar de la seguridad de sus brazos. Kirsten - Pan Diario