¡Te oigo, Dios!

El bebé Gabriel se movía y se quejaba mientras su madre lo sostenía para que los doctores le colocaran su primer audífono. En cuanto el médico encendió el artefacto, Gabriel dejó de llorar. Abrió grande los ojos y sonrió. Podía oír la voz de su mamá que lo consolaba, lo alentaba y decía su nombre.
El bebé oyó hablar a su madre, pero necesitó ayuda para aprender a reconocer su voz y entender el significado de sus palabras. Jesús invita a las personas a un proceso de aprendizaje similar. Cuando aceptamos a Cristo como Salvador, nos convertimos en ovejas a las que conoce íntimamente y las guía de forma personal (Juan 10:3). Podemos desarrollar confianza en Él y obediencia cuando practicamos oír y escuchar su voz (v. 4).
En el Antiguo Testamento, Dios habló a través de los profetas. En el Nuevo Testamento, Jesús —Dios encarnado— hablaba directamente con la gente. Hoy, los creyentes tenemos al Espíritu Santo, quien nos ayuda a entender y obedecer las palabras de Dios, que Él inspiró y preservó en la Biblia. Podemos comunicarnos directamente con Jesús mediante nuestras oraciones, mientras Él nos habla a través de las Escrituras y sus hijos. Cuando aprendemos a reconocer la voz de Dios, podemos exclamar con alabanza y gratitud: «¡Te oigo, Dios!». Xochitl Dixon - Pan Diario

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