Mi esposa y yo nos alojamos una vez en un encantador hotel junto al mar con grandes ventanales y gruesos muros de piedra. Una tarde, una tormenta azotó la región, agitó el mar y golpeó nuestras ventanas como puños furiosos contra una puerta. Sin embargo, estábamos en paz. ¡Esas paredes eran tan fuertes y los cimientos del hotel tan sólidos! Mientras las tormentas rugían afuera, nuestra habitación era un refugio.
El refugio es un tema importante en las Escrituras, comenzando con Dios mismo. “Has sido un refugio para los pobres”, dice Isaías de Dios, “un refugio para los necesitados en su angustia, un refugio contra la tempestad” (Isaías 25:4). Además, el refugio es algo que el pueblo de Dios debía y debe proporcionar, ya sea a través de las antiguas ciudades de refugio de Israel (Números 35:6) o ofreciendo hospitalidad a los "extranjeros" necesitados (Deuteronomio 10:19). Estos mismos principios pueden guiarnos hoy cuando las crisis humanitarias golpean nuestro mundo. En esos momentos, oramos para que el Dios de refugio nos use a nosotros, Su pueblo, para ayudar a los vulnerables a encontrar seguridad.
La tormenta que azotó nuestro hotel se había ido a la mañana siguiente, dejándonos con un mar en calma y un sol cálido que hacía brillar a las gaviotas. Es una imagen a la que me aferro cuando pienso en aquellos que enfrentan desastres naturales o huyen de regímenes “despiadados” (Isaías 25:4): que el Dios de refugio nos dará poder para ayudarlos a encontrar seguridad ahora y un mañana más brillante. Sheridan Voysey - Pan Diario
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