Gracia mansa de Dios

«Di toda la verdad, pero dila sesgadamente», escribió la poeta Emily Dickinson, sugiriendo que, como la verdad y la gloria de Dios son algo «demasiado brillante» para que los seres humanos vulnerables las entiendan o las reciban por completo de una vez, es mejor que compartamos la gracia y la verdad divinas de formas «sesgadas»; es decir, mansas, indirectas. Porque «la Verdad debe resplandecer gradualmente / o todo hombre será ciego».
El apóstol Pablo presentó un argumento similar en Efesios 4, cuando instó a los creyentes a comportarse «con toda humildad y mansedumbre» y «[soportarse] con paciencia los unos a los otros en amor» (v. 2). El fundamento para la mansedumbre y la gracia entre los creyentes es la forma bondadosa con la que Cristo nos trata. En su encarnación (vv. 9-10), Jesús se reveló con la mansedumbre y docilidad que las personas necesitaban para confiar en Él y recibirlo.
Y todavía continúa revelándose así, al capacitar a sus hijos del modo que lo necesitan para seguir creciendo y madurando; «para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto» (vv. 12-13). A medida que crecemos, menos buscamos esperanza en otras cosas (v. 14) y más seguimos el ejemplo de Jesús (vv. 15-16). Monica La Rose - Pan Diario

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