Mi esposa, Miska, tiene un collar y unos aretes de Etiopía. Su sencilla elegancia revela una genuina labor artística. Sin embargo, lo más asombroso de esos adornos es su historia. Tras décadas de un conflicto feroz y una guerra civil, la geografía de ese país está inundada de fragmentos de cascarones y cartuchos de artillería. Como un acto de esperanza, los etíopes rastrean la tierra incendiada para limpiarla y los artesanos tallan joyas con esos restos.
Cuando oí esa historia, resonó en mi mente la enfática declaración de Miqueas de la promesa de Dios. Un día, el profeta anunció que las naciones «martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces» (4:3). Con el poder de Dios, las herramientas diseñadas para matar serían transformadas en productoras de vida. En ese día venidero, «no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra» (v. 3).
La declaración de Miqueas era tan difícil de imaginar en aquella época como en la nuestra. Como la antigua Israel, enfrentamos violencia y guerras, y parece imposible que el mundo pueda cambiar. Pero Dios promete que ese día vendrá. Lo importante es que comencemos ya a vivir esa realidad, y que con su ayuda, hagamos su obra para convertir los fragmentos en cosas hermosas. Winn Collier - Pan Diario

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