Discernir los caminos correctos

Nadie hubiese creído que el skater brasileño de 16 años, Felipe Gustavo, se convertiría en «uno de los patinadores más legendarios del planeta». Su padre estaba convencido de que su hijo debía perseguir su sueño de patinar profesionalmente, pero no tenía dinero. Entonces, vendió su auto y llevó a Felipe a la renombrada competición de patinaje sobre tabla Tampa Am, en Estados Unidos. Nadie había oído hablar de él… hasta que ganó.
El padre de Felipe tuvo la habilidad de ver el corazón y la pasión de su hijo. «Cuando me convierta en padre —dijo Felipe—, quiero ser tan solo un cinco por ciento de lo que mi padre fue para mí».
Proverbios describe la oportunidad que tienen los padres de ayudar a sus hijos a discernir la forma particular en que Dios diseñó su corazón, su energía y su personalidad; y luego guiarlos y alentarlos hacia el sendero para el cual Él los hizo. «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él», escribió el autor (22:6).
Tal vez no tengamos muchos recursos ni un profundo conocimiento. Sin embargo, con la sabiduría de Dios (vv. 17-21) y nuestro amor atento, podemos ayudar a nuestros hijos y a otros niños a confiar en Dios y discernir qué caminos pueden seguir en la vida (3:5-6). Winn Collier - Pan Diario

Fuerza para abandonar


Dona un euro, haz clic en el botón amarillo. Dios te bendiga

Conocido una vez como el hombre más fuerte del mundo, el levantador de pesas Paul Anderson estableció un récord mundial en las Olimpíadas de 1956, en Melbourne, Australia, a pesar de estar con una grave infección de oído y mucha fiebre. Lejos de los primeros puestos, su única chance para una medalla dorada era lograr un nuevo récord. 
Tras fallar en los dos primeros intentos, el fornido atleta hizo lo que aun la persona más débil puede hacer: clamó a Dios por más fuerza, abandonando la propia. Más tarde, dijo: «No estaba negociando. Necesitaba ayuda». En su último intento, levantó sobre su cabeza 187,5 kilos.
El apóstol Pablo escribió: «cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:10). Hablaba de la fortaleza espiritual, pero sabía que el poder de Dios «se perfecciona en la debilidad» (v. 9). Como declaró el profeta Isaías: «Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas» (Isaías 40:29).
¿Cuál era el sendero hacia tal fuerza? Permanecer en Jesús, quien afirmó: «separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5). Anderson solía decir: «Si el hombre más fuerte del mundo no puede pasar un día sin el poder de Jesucristo, ¿a qué conclusión llegas?». Para averiguarlo, deja de depender de tu aparente fuerza y pídele ayuda a Dios. Patricia Raybon - Pan Diario

Ceder el control a Dios

Imagina un gran roble lo suficientemente pequeño como para colocarlo en la mesa de una cocina. Así es el bonsái: un hermoso árbol de adorno, versión en miniatura del que encuentras en los campos. No hay diferencia genética entre ambos. Simplemente, una maceta poco profunda, la poda y el corte de sus raíces reducen el crecimiento para que la planta permanezca pequeña.
Mientras que los bonsáis son plantas hermosas para adornar, también ilustran el poder del control. Es verdad que podemos manipular su crecimiento, ya que los árboles responden a su medioambiente, pero Dios es, en definitiva, quien hace que las cosas crezcan.
Dios le dijo al profeta Ezequiel: «yo el Señor abatí el árbol sublime, levanté el árbol bajo» (Ezequiel 17:24). Así predecía acontecimientos futuros cuando «desarraigaría» a la nación de Israel al permitir que los babilonios la invadieran. Sin embargo, en el futuro, plantaría en Israel un nuevo árbol que daría fruto, en cuyas ramas encontrarían refugio «todas las aves de toda especie» (v. 23). Aunque todo pareciera fuera de control, Él seguía a cargo de todo.
El mundo nos dice que nos esforcemos para controlar nuestras circunstancias, pero la paz verdadera y los logros se alcanzan al cederle el control al Único que puede hacer crecer los árboles. Karen Pimpo - Pan Diario

Necesitamos la ayuda de Dios

Finalmente llegó el día… el día en que me di cuenta de que mi padre no era indestructible. De niño, yo sabía de su fuerza y determinación. Pero, cuando me convertí en adulto, él se lesionó la espalda y tomé conciencia de que mi papá era mortal. Me quedé con mis padres para ayudarlo a ir al baño, vestirse e incluso llevar un vaso de agua a su boca. Para él, era humillante. Al principio, intentó realizar pequeñas tareas, pero admitió: «No puedo hacer nada sin tu ayuda». Por fin, se recuperó, pero aquella experiencia nos enseñó a ambos una importante lección: nos necesitamos unos a otros.
Y, aunque nos necesitamos unos a otros, necesitamos a Jesús todavía más. En Juan 15, la imagen de la vid y los pámpanos sigue siendo una simbología a la que nos aferramos. Sin embargo, una de las frases, aunque es consoladora, también puede sacudir la dependencia en uno mismo. El pensamiento que puede deslizarse fácilmente en nuestra mente es: no necesito ayuda. Jesús es claro: «separados de mí nada podéis hacer» (v. 5). Cristo está hablando de dar fruto, como «amor, gozo, paz» (Gálatas 5:22); características esenciales de un discípulo. Dar fruto es la vida a la que el Señor nos llama; y nuestra dependencia total de Él produce una vida fructífera, vivida para la gloria del Padre (Juan 15:8). James Banks - Pan Diario

El privilegio de la mayordomía

Durante unas vacaciones, mi esposo y yo caminábamos por la playa y notamos un espacio grande de arena rodeado de una cerca. Un joven explicó que trabajaba con un equipo de voluntarios para proteger los huevos en los nidos de las tortugas marinas. Cuando las crías salían de su nido, la presencia de los animales y de las personas amenazaba y disminuía su chance de sobrevivir. Dijo: «Por más que nos esforzamos mucho, los científicos estiman que una de cinco mil crías llega a la adultez». No obstante, estos números sombríos no desalentaban a aquel joven. Su pasión por servir desinteresadamente a esas crías profundizó mi deseo de respetar y proteger las tortugas marinas. Ahora, llevo un colgante con una tortuga marina para tener en mente mi responsabilidad de cuidar las criaturas que ha hecho Dios.
Cuando Dios creó el mundo, proveyó un hábitat en el cual cada criatura pudiera vivir y desarrollarse (Génesis 1:20-25). Cuando creó a los portadores de su imagen, los seres humanos, su intención fue que «[señoreáramos] en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra» (v. 26). El Señor nos ayuda a servirle como mayordomos responsables a quienes Él ha dado la autoridad para cuidar su vasta creación. Xochitl Dixon - Pan Diario