Anhelar a Dios

Cuando Carlos y Sara García se mudaron a unos ocho kilómetros, su gato Silvestre expresó su desagrado escapando. Un día, Sara vio una foto de su antigua casa en las redes sociales… ¡y allí estaba Silvestre!
La pareja fue a buscarlo, pero Silvestre volvió a escapar. ¿Adivinen dónde fue? Esta vez, la familia que había comprado la casa accedió a quedarse con el gato. Los García no pudieron detener lo inevitable: Silvestre siempre regresaría a «casa».
Nehemías era un funcionario prestigioso en la corte de Susa, pero su corazón estaba en otra parte. Acababa de enterarse de la triste condición de «la ciudad, casa de los sepulcros de [sus] padres» (Nehemías 2:3). Entonces, oró a Dios: «Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: […] si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, […] aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre» (1:8-9). Dicen que «casa es donde está el corazón». En el caso de Nehemías, anhelar su casa era más que estar ligado a la tierra, era la comunión con Dios. Jerusalén, el «lugar que [el Señor escogió] para hacer habitar allí [su] nombre».
La insatisfacción que tanto sentimos es un anhelo de estar en casa con Dios. Tim Gustafson - Pan Diario

Jesús nos restaura

Aunque Samuel no había hecho nada malo, perdió su trabajo. La negligencia en otra sección generó problemas en los autos que él fabricaba. Después de conocerse sobre varios accidentes, los clientes dejaron de comprar esa marca. La compañía tuvo que reducirse y él quedó sin trabajo. Ese daño colateral no fue justo. Nunca lo es.
La historia del primer daño colateral ocurrió inmediatamente después del primer pecado. Adán y Eva estaban avergonzados de su desnudez, y Dios, en su gracia, los vistió con «túnicas de pieles» (Génesis 3:21). Duele imaginarlo, pero uno o más animales que habían estado seguros en el huerto fueron muertos y despellejados.
Y no terminó ahí. Dios le dijo a Israel: «Y ofrecerás en sacrificio al Señor cada día en holocausto un cordero de un año sin defecto» (Ezequiel 46:13). Cada… día. ¿Cuántos miles de animales se sacrificaron por el pecado humano?
Esas muertes fueron necesarias para cubrir nuestro pecado hasta que Jesús, el Cordero de Dios, vino a quitarlo (Juan 1:29). Es una «reparación colateral». Como el pecado de Adán nos mata, la obediencia del postrer Adán, Cristo, restaura a todos los que creen en Él (Romanos 5:17-19). Esta reparación colateral es injusta —le costó la vida a Jesús— pero gratuita. Cree en Jesús y recibe la salvación, y se te imputará su justicia. Mike Wittmer - Pan Diario

Esperanza en el dolor


Dona un euro, haz clic en el botón amarillo. Dios te bendiga

Mientras el taxista conducía hacia el Aeropuerto Heathrow de Londres, nos contó una historia. Había llegado solo a Reino Unido a los trece años, buscando escapar de la guerra y las privaciones. Ahora, once años después, tiene su familia y puede mantenerla de formas inviables en su tierra natal. Pero lamenta seguir separado de sus padres y hermanos, y dice que su vida no estará completa hasta que se reencuentre con los que dejó.
Separarse de nuestros seres queridos en esta vida es difícil, pero perderlos porque mueren es mucho peor, y genera un sentimiento de pérdida que no se recompondrá hasta que volvamos a reunirnos con ellos. Cuando los creyentes de Tesalónica se preguntaban sobre esas pérdidas, Pablo escribió: «Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13). Les explicó que, al ser creyentes en Cristo, podemos vivir a la espera de un maravilloso reencuentro: juntos para siempre en la presencia del Señor (v. 17). Pocas experiencias nos marcan tanto como las separaciones duraderas, pero en Jesús, tenemos la esperanza de volver a reunirnos. Y en medio del dolor y la pérdida, podemos encontrar consuelo en esa promesa inalterable (v. 18). Bill Crowder - Pan Diario

Mentiras y verdad

Puse mi Biblia en el púlpito y miré los rostros ansiosos que esperaban que comenzara el mensaje. Había orado y estaba preparada. ¿Por qué no podía hablar?
No vales nada. Nadie te escuchará nunca, en especial si conocen tu pasado. Dios jamás te utilizaría. Grabadas en mi corazón y mente, estas palabras dichas de muchas formas generaron en mí una década de guerra contra las mentiras que yo creía tan fácilmente. Aunque sabía que no eran ciertas, parecía que no podía evitar mis inseguridades y temores. Entonces, abrí mi Biblia.
Busqué Proverbios 30:5 y respiré profundo antes de leer en voz alta: «Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan». Cerré los ojos mientras la paz se apoderaba de mí, y empecé a compartir mi testimonio. Muchos hemos experimentado el poder paralizador de las palabras u opiniones negativas que otros tienen sobre nosotros. Sin embargo, la Palabra de Dios es «limpia», perfecta y absolutamente sana. Cuando somos tentados a creer las ideas destructivas sobre nuestra valía o propósito como hijos de Dios, su verdad infalible y eterna protege nuestra mente y corazón. Podemos decir como el salmista: «Me acordé, oh Señor, de tus juicios antiguos, y me consolé» (Salmo 119:52). Reemplacemos los dichos negativos con la Escritura. Xochitl Dixon - Pan Diario

Crecer en la gracia de Dios

El predicador inglés Charles H. Spurgeon vivió la vida «a máxima potencia». Se convirtió en pastor a los 19 años, y poco después predicaba a multitudes. Editó personalmente todos sus sermones, que llegaron a sumar 63 volúmenes, y escribió muchos comentarios y libros sobre la oración y otros temas. Habitualmente, ¡leía seis libros por semana! En uno de sus sermones, dijo: «El pecado de no hacer nada es casi el más grande de todos porque abarca la mayoría de los demás […]. ¡Holgazanería espantosa! ¡Dios nos libre de eso!».
Esa celeridad significaba que ponía «toda diligencia» (2 Pedro 1:5) para crecer en la gracia de Dios y vivir para Él. Si somos seguidores de Cristo, Dios puede darnos ese mismo deseo y capacidad para asemejarnos más a Él, «poniendo toda diligencia [para añadir a nuestra] fe virtud; […] conocimiento […], dominio propio; […] paciencia; […] piedad; […] afecto fraternal; […] amor» (vv. 5-7). Cada uno tiene motivaciones, habilidades y niveles de energía diferentes, pero cuando entendemos todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, tenemos la mayor motivación para vivir con diligencia y fidelidad. Y encontramos nuestra fortaleza en los recursos que Dios nos ha dado para vivir para Él y servirle. Su Espíritu puede potenciar nuestros esfuerzos, sean grandes o pequeños. Alyson Kieda - Pan Diario