Amigo de los amigos de Dios

Algo sumamente cordial puede suceder cuando dos personas se conocen y descubren que tienen un amigo en común. En lo que podría ser algo memorable, un anfitrión de gran corazón da la bienvenida a un huésped, diciendo: «Encantado de conocerlo. Cualquier amigo de Sam, o de Samanta, es amigo mío».
Jesús dijo algo similar. Había atraído a las multitudes al sanar a muchos, pero también había hecho enemigos entre los líderes religiosos al disentir con su forma de comercializar el templo y abusar de su influencia. En medio de un conflicto creciente, hizo algo para multiplicar el gozo, el costo y la maravilla de su presencia: capacitó a sus discípulos para poder sanar a otros y los envió a anunciar que el reino de Dios estaba cerca. Y les aseguró: «El que a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mateo 10:40); y a su vez, recibe a su Padre que lo envió.
Es difícil imaginar una oferta de amistad más transformadora. A todo el que abriera su casa o aun diera un vaso de agua fría a uno de sus discípulos, Jesús le aseguraba un lugar en el corazón de Dios. Aunque esto sucedió hace mucho, sus palabras nos recuerdan que, en grandes o pequeños actos de bondad y hospitalidad, sigue habiendo maneras de recibir o ser recibido bien como amigo de los amigos de Dios. Mart DeHaan - Pan Diario

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