El ramo de flores venía de Ecuador. Cuando llegaron a mi casa, estaban caídas y tristes. Las instrucciones indicaban reavivarlas con agua fresca. Pero antes, había que recortar los cabos para que pudieran absorber el agua más fácilmente. ¿Sobrevivirían?
A la mañana siguiente, tuve la respuesta. El buqué lucía esplendoroso, con flores que nunca había visto. El agua fresca hizo toda la diferencia; un recordatorio de lo que Jesús dijo sobre el agua y su significado para los creyentes.
Cuando Jesús le pidió agua a la mujer samaritana —refiriéndose a que bebería de lo que ella sacara del pozo—, la vida de ella cambió. La mujer se sorprendió ante el pedido, ya que los judíos despreciaban a los samaritanos, pero Jesús dijo: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva» (Juan 4:10). Más tarde, en el templo, exclamó: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (7:37). Entre los creyentes en Cristo, «de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él» (vv. 38-39). El Espíritu renovador de Dios nos revive cuando la vida nos agota. Él es el agua viva que mora en nuestra alma con una santa frescura. Bebamos hoy intensamente. Patricia Raybon - Pan Diario

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