Las aves del cielo

El sol estival estaba saliendo y mi risueña vecina, al verme frente a mi casa, me susurró que me acercara. «¿Qué pasa?», dije intrigada en voz baja. Señaló hacia el porche, donde había una pequeña taza de paja encima de un escalón. «El nido de un colibrí —susurró—. ¿Ves las crías?». Los dos picos, pequeños como alfileres, apenas se veían mientras apuntaban hacia arriba. «Están esperando a la mamá». Nos quedamos allí, maravilladas. Saqué el teléfono para tomar una foto. «No te acerques mucho —dijo ella—. Que la madre no se asuste». Y así, adoptamos, desde lejos, una familia de colibrís.
Pero no duró mucho. A la semana siguiente, la mamá y sus crías se habían ido; tan silenciosamente como habían llegado. Pero ¿quién los cuidaría?
La Biblia da una respuesta gloriosa pero conocida. Tan conocida que tal vez olvidemos todo lo que promete: «No os afanéis por vuestra vida», dijo Jesús (Mateo 6:25). Una instrucción simple pero hermosa. Y agregó: «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta» (v. 26).
Así como Dios cuida a las pequeñas aves, cuida de nosotros; alimentando nuestra mente, cuerpo, alma y espíritu. ¡Qué promesa magnífica! Miremos al Señor diariamente —sin preocupaciones— y elevémonos. Patricia Raybon - Pan Diario

No hay comentarios:

Publicar un comentario