Cuando era niña, hubo un tiempo en que no quería ir a la escuela. Algunas chicas me acosaban con burlas crueles. Entonces, en los recreos, me refugiaba en la biblioteca, donde leí una serie de libros de cuentos cristianos. Recuerdo la primera vez que leí el nombre «Jesús». No sé por qué, pero sentí que era el nombre de alguien que me amaba. Entonces, cada vez que entraba en la escuela, temiendo el tormento que me esperaba, oraba: «Jesús, protégeme». Me sentía más fuerte y más tranquila al saber que Él me cuidaba. Con el tiempo, las chicas simplemente se cansaron y dejaron de acosarme.
Aunque ha pasado mucho tiempo, sigo confiando en que su nombre me sostiene en las dificultades. Confiar en su nombre es creer que lo que dice sobre su carácter es cierto, lo cual me permite descansar en Él.
David también conocía la seguridad de confiar en el nombre de Dios. Cuando escribió el Salmo 9, ya había experimentado la justicia y la fidelidad del Señor que gobierna con pleno poder (vv. 7-8, 10, 16). Por eso, salió a la batalla, confiando en el Dios que es «un alto refugio para el oprimido» (v. 9 RVA-2015), en lugar de depender de las armas o la destreza militar. De niña, invoqué el nombre de Jesús y experimenté que es eficaz. Que confiemos siempre en su nombre; el de Aquel que nos ama. Karen Huang - Pan Diario