Una petición sencilla

«Por favor, limpia la habitación del frente antes de irte a dormir», le dije a una de mis hijas. Instantáneamente, vino la respuesta: «¿Por qué no ella?».
Esta leve resistencia era frecuente cuando nuestras hijas eran pequeñas, y mi respuesta era siempre la misma: «No te preocupes por tus hermanas; te pedí a ti».
En Juan 21, vemos esta tendencia humana ilustrada entre los discípulos. Después de restaurar a Pedro luego de que lo negara, Jesús le dijo: «Sígueme» (21:19); un mandato simple pero doloroso. Explicó que Pedro lo seguiría hasta la muerte (vv. 18-19).
Pedro apenas había entendido las palabras de Jesús, cuando preguntó por el discípulo detrás de ellos: «¿y qué de este?» (v. 21). Jesús respondió: «Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú».
¡Cuántas veces somos como Pedro! Nos preguntamos sobre la vida espiritual de otros y no vemos lo que Dios está haciendo en nosotros. Tiempo después, Pedro explicó mejor el simple mandato de Jesús, escribiendo: «como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Pedro 1:14-15). Esto basta para que nos enfoquemos en Jesús y no en quienes nos rodean. Matt Lucas - Pan Diario

Sáciate

El horroroso asesinato del Dr. Martin Luther King Jr. tuvo lugar durante el clímax del movimiento por los derechos humanos en Estados Unidos en la década de 1960. Pero solo cuatro días después, su viuda, Coretta Scott King, tomó valientemente el lugar de su esposo, liderando una marcha pacífica de protesta. Tenía una profunda pasión por la justicia.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5:6). Sabemos que, un día, Dios vendrá a aplicar justicia y corregir todo mal, pero hasta entonces, tenemos la oportunidad de colaborar en que su justicia sea una realidad en la tierra. Isaías 58 presenta un cuadro vívido de lo que Dios llama a su pueblo a hacer: «desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, [partir] tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes [albergar] en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano» (vv. 6-7). Al buscar justicia para los oprimidos y marginados, nuestra vida muestra a Dios. Hacer esto es como la luz del alba, que resulta en salvación, tanto para su pueblo como para los demás (v. 8).
Que Dios nos ayude hoy a desarrollar un hambre de su justicia aquí en la tierra. Al buscarla a su manera y en su poder, la Biblia dice que seremos saciados. Karen Pimpo - Pan Diario

Del lamento a la alabanza


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Monica oraba fervientemente para que su hijo volviera a Dios. Lloraba por su vida disipada e incluso lo buscaba en las ciudades donde vivía. La situación parecía desesperada. Pero un día sucedió: su hijo tuvo un encuentro radical con Dios y llegó a ser uno de los más grandes teólogos de la iglesia. Lo conocemos como Agustín, obispo de Hipona.
«¿Hasta cuándo, oh Señor?» (Habacuc 1:2). El profeta Habacuc se lamentaba por la inacción del pueblo de Dios ante las autoridades que pervertían la justicia (v. 4). Piensa en las veces que hemos acudido desesperados a Dios, lamentándonos por las injusticias, los diagnósticos médicos aparentemente sin remedio, las luchas financieras o los hijos que se han alejado de Dios.
Cada vez que Habacuc se lamentaba, Dios oía sus clamores. Mientras esperamos con fe, podemos aprender del profeta a cambiar nuestro lamento en alabanza, porque él dijo: «Con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (3:18). No entendía los caminos de Dios, pero confiaba en Él. Tanto el lamento como la alabanza son expresiones de confianza; el lamento porque apela al carácter de Dios, y la alabanza porque se basa en quién es Él. Un día, por su gracia, todo lamento se convertirá en alabanza. Glenn Packiam - Pan Diario

Un nuevo comienzo

«La conciencia cristiana empieza con la dolorosa percepción de que lo que suponíamos que era la verdad es, en realidad, una mentira», escribió Eugene Peterson en sus impactantes reflexiones sobre el Salmo 120. Este salmo es el primero de los «cánticos graduales», entonados por los peregrinos camino a Jerusalén; también un cuadro del periplo espiritual hacia Dios.
Este viaje solo puede comenzar reconociendo profundamente nuestra necesidad de algo diferente. Como lo expresa Peterson: «Una persona tiene que estar totalmente disgustada con la forma en que son las cosas, para sentirse motivada a tomar el camino cristiano […]. Hay que cansarse de los caminos del mundo antes de que despierte un apetito por el mundo de la gracia».
Es fácil desanimarse con el dolor y la desesperación que vemos en el mundo que nos rodea; la perversidad con que nuestra cultura suele mostrar indiferencia ante el daño hecho a los demás. El Salmo 120 lamenta sinceramente esto: «Yo soy pacífico; mas ellos, así que hablo, me hacen guerra» (v. 7).
Es liberador entender que nuestro dolor también puede inducirnos a un nuevo comienzo a través de nuestra única ayuda: el Salvador que puede guiarnos de las mentiras destructivas a senderos de paz y plenitud (121:2). En este nuevo año, busquemos al Señor y sus caminos. Monica La Rose - Pan Diario

La multitud

«Se ha descubierto que los hombres resisten a los monarcas más poderosos y rehúsan inclinarse ante ellos», señaló la filósofa y escritora Hannah Arendt. Y agregó: «Pero pocos resisten a la multitud, defienden solos sus convicciones ante las masas descarriadas, enfrentan sin armas su implacable furor». Como judía, Arendt fue testigo de esto en su Alemania natal. Hay algo aterrador en ser rechazado por el grupo.
El apóstol Pablo experimentó tal rechazo. Formado como fariseo y rabino, su vida dio un vuelco cuando se encontró con el Jesús resucitado. Después de su conversión camino a Damasco, persiguiendo a los que creían en Cristo (Hechos 9), se vio rechazado por su propio pueblo. En su segunda carta a los corintios, hizo un repaso de algunos de los problemas que enfrentó; entre ellos, «azotes» y «cárceles» (6:5).
En lugar de reaccionar con enojo y amargura, Pablo anhelaba que ellos también conocieran a Jesús. Escribió: «tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:2-3).
Así como Dios nos ha dado la bienvenida a su familia, que también nos capacite para invitar incluso a nuestros adversarios a relacionarse con Él. Bill Crowder - Pan Diario